miércoles, 29 de octubre de 2014

El arte y el té III - El sentido artístico de la Ceremonia del Té en Japón.

En el Japón ancestral, la comunión que experimentaban los maestros de té con esta legendaria infusión, su preparación, su servicio y su consumo, era tal que se desarrolló en torno a estos sencillos y bellos pasos una de las más hermosas prácticas artísticas que han existido y existen en el mundo. La Ceremonia del Té japonesa muestra a la perfección los cánones de la refinada y elegante belleza estética oriental que siempre viene acompañada por un halo de perfecta humildad y armonía en el entorno.

Una de las formas más profundas de experimentar la cultura oriental, es a través esta ceremonia de siglos de antigüedad. Es una puerta a la perfecta armonía entre el pasado y el presente, entre la simplicidad y la complejidad que en la actualidad continúa siendo en su totalidad, arte.
'El arte japonés es la capacidad para entender la belleza a través del carácter sobrio de la sutilidad en contraste con la rotundiad de la elegancia'.

Ante estas evidencias del fundamento y la razón, el té no debe ser entendido como una bebida común, corriente, puesto que pierde todo lo que envuelve su sentido, toda su cultura, filosofía y arte, aquello que llamamos 'el mundo del té'. Todo cuanto rodea al té, y supone una manifestación intelectual por medio del arte, está plasmado en la Ceremonia del Té, o Cha no Yu, en japonés.

Muchos escritores, literatos, pensadores, artistas, investigadores, y otras figuras importantes a nivel social, y que casi siempre han tendido voluntaria o inconscientemente puentes culturales entre Oriente y Occidente,  han sentido la necesidad de plasmar de alguna forma lo que el té ha transmitido y transmite a lo largo de la historia. Uno de ellos ha sido el escritor actual Henri Brunel, orientalista francés e investigador de la cultura Zen, que en su libro "Los más bellos cuentos del Zen", escenifica con suma meticulosidad y exactitud, además de belleza, el Cha no Yu:

"Imaginémonos un sendero apartado, en una montaña o en un bosque que conduce a la morada de un sabio. Ahí vemos aparecer el pabellón de té. Su construcción es simple, está hecha de madera y bambú. Aquí de lo que se trata no es de oponerse al tiempo, de deificarlo mediante una irrisioria eternidad de piedra, sino de 'abrazarse' a él.
     La sala en la que entramos es de superficie modesta: unos nueve metros cuadrados (dos esteras y media); tres o cuatro amigos cabrán cómodamente. Una pintura zen, un ramo de flores del campo por todo adorno. El hogar de carbón, de madera, el hervidor de hierro redondo cubierto de pátina, el recipiente de agua, el cucharón de bambú, un trapo blanco inmaculado, los botes de té, los boles tradicionales corrientes.
     El maestro de té lleva a cabo los gestos rituales con eficacia, lentitud, cuidado y amor. La conversación va transcurriendo, apacible; se habla de poesía, de historia, de arquitectura. Muy suavemente se va apagando el ligero ruido de las voces, y todos contemplan en silencio los boles familiares, una flor del campo; se oye a lo lejos el canto de un pájaro.
     El tiempo se encuentra en suspenso; armonía, serenidad."

 Henri Brunel, Los más bellos cuentos zen.


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